El dúo australiano vuelve con vibras impecables en su segundo álbum...
22 · 08 · 2025
Es justo decir que Royel Otis están de moda ahora mismo. Con apenas un puñado de EPs, un álbum largo y dos covers fenomenales en su haber, parece que cada barista de Melbourne a Los Ángeles está pinchando sus pistas mareantes y bañadas por el sol. Ya hemos pasado por esto antes—piensa en el debut de The xx o en ‘Currents’ de Tame Impala—pero una vez más, Royel Otis han conectado con esa mezcla muy concreta de indie nostálgico y bailable que prácticamente todo el mundo puede apoyar. Sus influencias son fáciles de detectar, claro, pero vaya—la ejecución es effortlessmente disfrutable y a menudo francamente adictiva.
Tras ‘Pratts & Pain’ de 2024, ‘hickey’ no altera demasiado su fórmula ganadora. Si acaso, las cosas se sienten un poco más grandiosas y deliberadas esta vez—más pulidas en los bordes, pero aún ancladas en ese encantador y desaliñado sonido lo-fi. Su cariño por los grupos alternativos de los 70 y 80 nunca ha estado más pronunciado. ‘Shut Up’ se apoya en tonos de sintetizador sacados directamente de ‘Golden Years’ de Bowie, mientras que el eufórico instrumental ‘Who’s Your Boyfriend’ canaliza a New Order tan de cerca que roza la imitación. Las líneas de bajo al estilo de Peter Hook y el trabajo de guitarra a lo Bernard Sumner están copiados con asombrosa precisión—pero, para ser honestos, suena increíble.
Por suerte, no se han olvidado de mantener un pie en el presente. Pistas como la contagiosa ‘Car’ aportan un filo más contemporáneo, con el cantante Otis Pavlovic derramando desamor y caos emocional en cada frase, todo sostenido por ese tono vocal inconfundible suyo. De igual forma, ‘Dancing With Myself’ se siente firmemente enraizada en 2025 más que en 1985—un temazo stoned-pop que se balancea y groovea con una facilidad irresistible. Y luego está el cierre brillantemente bautizado, ‘Jazz Burger’—un final lento y reluciente de acústicas rasgueadas, guitarra slide polvorienta y ataques de piano grabados de forma burda. Es el momento más íntimo y desprotegido del álbum con diferencia, y en un disco lleno de guiños amorosos a sus héroes, ofrece una despedida con sonido fresco.
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Criticar ‘hickey’ no es tarea fácil. La parte reptiliana del cerebro de este redactor estaba demasiado ocupada tomando el sol en las melodías difusas y los ritmos familiares como para poner objeciones. La vertiente de periodista musical, por su parte, quizá habría querido unos cuantos momentos más de audacia—canciones que enciendan algo genuinamente nuevo, en lugar de reavivar lo mejor de The Cure, Phoenix o MGMT. Pero cuando las vibras son tan inmaculadas, es difícil llevarles la contraria. ‘hickey’ es un disco que se bebe como una cerveza helada a la hora dorada: instantáneamente refrescante y profundamente satisfactorio.
Al final, el segundo LP es el sonido de una banda que toma todo lo que ha funcionado hasta ahora y lo refina con estilo, gusto y precisión. Está repleto de canciones de principio a fin destinadas a brillar en directo, ya sea que estés sudando en una carpa de festival o simplemente poniendo banda sonora a tu cocina. Una vez más, han dado con la fórmula mágica: ese indie bailable, de maduración y empapado de recuerdos que no podemos evitar amar. Y por eso—de verdad, chicos. De verdad. 7/10 Texto: Sam Walker-Smart
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Se puede decir que Royel Otis están de moda ahora. Con solo un puñado de EPs, un álbum de larga duración y dos versiones fenomenales a sus espaldas, cada