El punk ha experimentado en los últimos años un resurgimiento algo confuso pero innegable: Turnstile e Idles están entre las bandas de rock más grandes del mainstream en este momento; Coachella intenta recuperar su imagen como festival de música en lugar de un enorme espectáculo para hacerse fotos al programar a actos como Devo, Suicidal Tendencies y Drain; y, por supuesto, el género ha adoptado una nueva forma dentro del hip-hop gracias a artistas como JPEGMAFIA, Danny Brown y redveil.
Está por todas partes, pero también justo delante de nosotros.
Este pasado fin de semana, la ciudad de Nueva York reservó un día para rendir homenaje a la cultura honrando a sus héroes y dando cabida a los aspirantes encargados de llevar la antorcha. Casi dos décadas después de que CBGB en Manhattan cerrara sus puertas permanentemente en 2006, miles de personas se reunieron al otro lado del East River para celebrar el legado de más de treinta años del club. En su momento cuna del punk y la new wave, acogió a todos, desde los Ramones y Talking Heads hasta Patti Smith y Blondie. Hoy es un recuerdo central de la época dorada del movimiento.
El CBGB Festival tuvo lugar en el recinto Under The K Bridge de Brooklyn el sábado (27 de septiembre), literalmente bajo el puente Kosciuszko. Al igual que Pier 80 en San Francisco, la apariencia industrial y gris del lugar encajaba a la perfección con la estética sucia del evento. Por eso, las reliquias expuestas del ya desaparecido local parecían muy en su elemento, y demasiada gente confundió la barra conservada de 315 Bowery con un bar en funcionamiento.
Sostenida por una acústica nítida, la reunión contó con un total de veintiún actuaciones repartidas entre el CBGB Stage, el Young Punk’s Stage y el Hilly’s Stage. Los Sex Pistols se retiraron unas semanas antes, pero ¿quién querría verlos sin Johnny Rotten? Y además, ¿realmente alguien querría ver a Johnny Rotten, que apoya a Trump, en un festival punk? Afortunadamente, por ahora no tenemos que lidiar con ese problema.
Mientras que la mayor parte de la acción estuvo en el escenario principal, hubo varios sets en los otros dos que merecen una mención especial. Entre los artistas consagrados, Gorilla Biscuits cumplieron sin concesiones, mientras que nombres relativamente nuevos como Teen Mortgage, The Linda Lindas y Destroy Boys dejaron claro que el pasado y el presente no son los únicos tiempos verbales a disposición del punk.
Con mayor notoriedad, YHWH Nailgun ofreció uno de los shows más llamativos para la vista y el oído de todo el día. Algo así como una mezcla entre Radiohead, Korn y Nine Inch Nails, el cuarteto experimental de Filadelfia trajo una energía de estadio a un público de menos de cien espectadores. El batería Sam Pickard, que además es el centro del grupo, es aterradoramente espectacular de una forma similar a Zach Hill de Death Grips —no es por dramatizar, pero cuesta expresar con palabras lo increíble que es en directo.
En el CBGB Stage, los veteranos del oficio llegaron con toda la fuerza. Mientras que Melvins y The Damned ofrecieron sets acordes a su estilo, Lunachicks dieron un show en su primer concierto desde 2022. Es una pena que los iconos del punk de la ciudad de Nueva York no suban al escenario con más frecuencia, porque si Theo Kogan hiciera lo suyo ante el público más a menudo, quizá Gwen Stefani no habría tenido el mismo alcance entre los chicos guays antes de empezar a promocionar aplicaciones de oración cristiana.
Johnny Marr abrió la velada con, probablemente, la actuación más impecable del CBGB Festival. La mayor parte de su set consistió en canciones de The Smiths —‘Panic’, ‘Please, Please, Please Let Me Get What I Want’ y ‘This Charming Man’, entre otras— y las tocó a la perfección. Aunque afirmaciones así entrañan riesgo, el de 61 años sonó tan limpio como su otrora compañero de banda en las grabaciones originales... casi como si hubiera podido hacerlo todo por su cuenta. En conjunto, fue lo mejor que él cantara, ya que hay casi tanto espacio para Morrissey en un festival punk como para Johnny Rotten.
Antes de pasar a los dos actos finales, es importante albergar al menos un poco de suspicacia hacia Detroit. Más allá del resplandor eterno de Motown, la ciudad tiene un historial perdurable de cultivar a algunos de los desestabilizadores más aterradoramente talentosos durante buena parte del último siglo. Desde John Lee Hooker a Death, MC5, Alice Cooper, Eminem o Danny Brown —la lista sigue y aún no sabemos por qué.
Para sorpresa de nadie, Jack White voló la cabeza a todo el público. Es asombroso cuánto ruido organizado puede producir un hombre con su guitarra, y él ha hecho de demostrarlo su misión de vida una y otra vez, como si no lo hubiera dejado claro ya hace dos décadas. Además de una mezcla saludable de canciones de The White Stripes, The Raconteurs y The Dead Weather, los temas de su catálogo en solitario sonaron igual de robustos que los clásicos consagrados. Eso es lo que hace tan singular al jefe de Third Man Records: lleva haciendo música desde finales de los 90 y, aun así, sus fans no parecen menos impresionados cuando toca su material más reciente. Claro, no hay nada como verlo rasguear ‘Little Bird’ en su vieja guitarra destartalada o improvisar sin cesar en ‘Ball and Biscuit’, pero ‘Freedom at 21’ resulta igual de excitante de presenciar en persona. Un auténtico bluesman (que, por alguna razón, suena como un timador de los años cincuenta cuando se dirige al público), ha hecho imposible poner en duda su compromiso con la música.
Para el acto final, el desgarbado Iggy Pop dejó a todos en evidencia. Un maniaco veterano, sus payasadas contradicen la capacidad física de un hombre medio de 78 años. No solo tiene la mejor postura sobre el escenario, sino que además su control del público es inigualable. La forma en que desaparecía entre la gente y volvía a surgir para una versión extendida de ‘I Wanna Be Your Dog’ de The Stooges, o cómo saltaba mientras cantaba ‘Lust For Life’, sencillamente no tiene sentido, y por eso es el prototipo: el padrino del punk lo hace mejor que el resto de nosotros, y basta verlo en carne y hueso para aceptar ese hecho. Incluso Jack White, que veía todo el show desde entre bastidores, sonreía de oreja a oreja todo el tiempo maravillado ante el maestro.
Simplemente nunca habrá otro Tío Loco Iggy, pero la buena noticia es que sus genes se han esparcido por doquier. A estas alturas, ya no hay manera de contener el caos... El CBGB Festival dejó eso completamente claro.
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Palabras: Karan Singh
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