Para el cuarto álbum de Wolf Alice, ‘The Clearing’, la banda se ha mudado a una habitación de hotel más grande en el reino astral.
Hay un brillo que contrasta con la aspereza de ‘Blue Weekend’ (2021): el lujo setentero y la alta producción del último disco marcan un terreno nuevo para los predilectos del indie británico. Pero para los cuatro —Ellie Rowsell, Theo Ellis, Joff Oddie y Joel Amey— la verdad central de la composición cruda a cualquier precio se ha mantenido igual.
En esta gira, la más grande hasta la fecha, tocan dos noches en The O2 de Londres, y les viene como un guante. No es que la banda convierta el estadio —con capacidad para 20.000 personas— en un lugar íntimo, sino que lo dota de dignidad para la causa, un vehículo perfecto para lo que intentan lograr.
Es un concierto de glam rock repleto de teatro, pese a lo poco que la banda necesita para transmitir su mensaje visualmente, salvo un telón de flecos plateados como de nave estelar. Ellie Rowsell, una vocalista con un carisma natural que se sitúa entre David Bowie y Alexa Chung, parece tan testaruda y hermética como siempre lo ha sido.
Lleva una camiseta con la imagen de un ciervo deslumbrado por los faros, y sin embargo nunca se la había visto tan directa. Rodeada por una banda de forajidos rubios platino, Rowsell domina la sala con esa imponente actitud.
La banda suena ronca, con ese twang guitarrero, enérgica y casi western en ‘Safe From Heartbreak (If You Never Fall in Love)’, una desviación sorprendente para una banda tan inglesa como las mañanas oscuras.
En ‘Play the Greatest Hits’ están a la altura de su pariente literario Angela Carter —un cuento sobre una niña salvaje criada por lobos— mientras Rowsell grita desgarradamente, con el pelo a mechones y el sudor chisporroteando sobre ella como metal contra metal.
Para la balada ‘Play It Out’, Rowsell intenta dirigirse al público pero se queda a medias: teme que empezará a llorar si da en el clavo. Tiene los ojos manchados de plata y, mientras caen las lentejuelas, llora lágrimas brillantinas; conmueve a su multitud de miles para que se reconozcan en la canción. Para un público compuesto en gran parte por mujeres jóvenes —la mayoría crecieron con la banda— es una canción que toca el corazón.
Para el bis, Wolf Alice tocan su canción más antigua y posiblemente la mejor, ‘Don’t Delete the Kisses’. Una banda sonora eterna de mediados de la década de 2010, la canción simboliza aquel momento: tecnología incipiente, vigilancia novata, los pocos segundos antes de un primer beso vacilante y desastroso. Es refrescante ver a la banda tocarla con tanto entusiasmo, sin la fatiga con que otras bandas de su liga suelen despreciar el sonido inimitable que una vez los dio a conocer.
Me reconfortó mi buen juicio adolescente al ver cuán geniales son, fueron y siempre serán Wolf Alice.
Palabras: Kate Jeffrie
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