Wolf Alice, The O2, Londres: reclamando su derecho a la grandeza

      Wolf Alice no son precisamente unos debutantes en las grandes ligas; han tocado dos veces en la icónica Pirámide de Glastonbury, son fijos en los escenarios principales de los festivales y también fueron teloneros de Harry Styles en la gira europea Love On Tour en 2022. Y, sin embargo, en muchos sentidos siguen siendo una banda a la que las arenas les resultan de algún modo incompatibles. Quizá sea porque, incluso ahora, las descargas de hace diez años de 'You’re A Germ' evocan de inmediato sótanos sudorosos y la parte trasera de los pubs; quizá sea porque las confesiones sinceras de 'The Last Man On Earth' parecen demasiado íntimas para tantos oídos; quizá sea porque, a pesar de su éxito crítico y comercial objetivo (incluida una asombrosa presencia del 100% en la lista corta del Mercury Prize), siguen pareciendo en cierto modo un secreto entre iniciados, intacto y tan vital como siempre. El que sabe, sabe — y esta noche estamos entre un público de 20.000 bien enterado.

      Es a la vez apropiado y notable que esto —la segunda de dos funciones agotadas en su ciudad natal en The O2— no solo capture el espíritu de los primeros días DIY de Wolf Alice, sino que lo amplifique, hasta el punto de que el espacio corporativo y cavernoso de la cúpula se vuelve positivamente eléctrico. Renunciando a elaborados visuales en pantalla o telones conceptuales en favor de estrellas y lentejuelas de bajo mantenimiento y alto impacto (piensen en la cortina metálica con flecos del MOTH Club a escala monstruosa), el cuarteto del norte de Londres no necesita artificios; su discografía de oro macizo basta y sobra.

      Por un lado, tenemos a Wolf Alice como los hemos visto últimamente: dolorosamente elegantes y rebosantes del carisma setentero de su cuarto álbum, 'The Clearing', ya sea a través de las texturas de bola de discoteca moteada del favorito lounge de los fans 'Just Two Girls', o del aire de chica Bond desenfadada de la plataforma giratoria de Ellie Rowsell, en la que se sienta para 'The Sofa' —una "reina de belleza intelectual", ciertamente. Intercalados hay momentos de auténtica ternura, sobre todo una versión acústica de 'Safe From Heartbreak (if you never fall in love)' que lleva a la banda al frente de un escenario bañado por un foco, sin instrumentos salvo la guitarra de seis cuerdas de Joff Oddie; ante un mar centelleante de linternas de teléfono, la magnitud de todo se pone en agudo relieve.

      Por otro lado, tenemos a Wolf Alice las estrellas del rock: cuando el tema de 'Visions Of A Life' 'Formidable Cool' suena de pronto y Ellie desata su primer grito primitivo de la noche, las sombras con poca luz se transforman de siluetas en espectros que acechan el escenario, con el baterista Joel Amey y el bajista Theo Ellis manteniendo magistralmente el equilibrio en el filo entre tensión y liberación. Más tarde, durante la secuencia de seis canciones provocada por sirenas y megáfonos, desde 'Yuk Foo' hasta 'Smile', dicho equilibrio se abandona por completo, y la banda se rinde a su temprana inclinación por el caos de manera gloriosamente descortés. El suelo vibra, nuestros oídos zumban; es lo más fuerte que hemos oído en The O2.

      Lo mejor, sin embargo —incluso más allá del cierre y moderno clásico 'Don’t Delete The Kisses'— es 'Bros', el himno de Wolf Alice al vínculo inquebrantable entre mejores amigos. Tanto canción de amor como '...Kisses', su afirmación eufórica y sin complejos de la amistad podría haber sido escrita casi para este momento, un guiño premonitorio a la vuelta triunfal que consagra la gloria de hoy. Porque, cuando las pantallas que flanquean el escenario pasan a un viejo clip de la banda en su juventud, el mensaje no podría ser más claro: miren hasta dónde han llegado.