El lanzamiento del duodécimo álbum de estudio de la superestrella mundial Taylor Swift siempre estuvo destinado a provocar un debate divisivo. En sus primeras horas, ‘The Life Of A Showgirl’ ya suscitó acusaciones de falta de creatividad, de sutileza (concretamente respecto a algunas palabras sobre la virilidad de su prometido Travis Kelce) y de conducta antideportiva, (re)avivando, como lo ha hecho, un feudo lírico con la joya de culto británica Charli XCX (a través de lo que es, posiblemente, la mejor melodía del disco). Mantenido en secreto por miedo a filtraciones, nada había preparado al mundo entero para algunos de los escarceos más inesperados del álbum. Y nos referimos al mundo entero. Está bien documentado que ‘The Life Of A Showgirl’ batió el récord de mayor número de preventas en las principales plataformas de streaming, lo que garantiza que Taylor es, en cualquier caso, relativamente inmune a la opinión crítica tanto dentro de su propia base de fans como fuera de ella. Este álbum fue, en cierto sentido, un éxito nato mucho antes de salir de su cuna creativa: en ese sentido, cabe preguntarse hasta qué punto importa si en realidad es bueno. Dejando que se asienten las cosas (lo cual podría tardar, ahora que la ex de Travis, Kayle Nicole, se ha sumado al asunto), su mayor crítica persiste: esto no es el regreso a los grandes temazos pop que se prometió. Sin embargo, tampoco es para nada malo. En cambio, acaba siendo víctima de su propio preludio, tanto por lo que Taylor misma preparó como por su regreso a los productores creadores de éxitos Max Martin y Shellback ['Red'; '1989'; 'Reputation']. Con su pop suave, comparativamente más corriente, carece de un éxito significativo. Aquí radica lo interesante. A Taylor se le concede un lujo que pocas otras estrellas pueden atribuirse, incluso las que aspiran a su estatus de megastar. No hace falta que haya un sencillo exitoso; no necesita una promoción previa al lanzamiento, ni un fragmento de quince segundos para TikTok. Lo que constituye un “banger” (en palabras de la propia Taylor) se invierte, incluso cuando ‘CANCELLED!’ hace un intento de grandeza de último minuto. Por eso algunos se deshacen en elogios ante sus respuestas excesivamente juveniles mientras que otros las vilipendian (‘Always Romantic’), y por qué su dulzona felicidad repleta de amor llenará de alegría a algunos (‘Eldest Daughter’; ‘Opalite’) y dejará a otros con mal sabor de boca (‘Wood’). Puede que hayamos visto a Taylor en una forma compositiva mucho mejor que con ‘The Life Of A Showgirl’, pero quizá ahora, más que nunca, está haciendo música para sí misma por encima de cualquier otra cosa.
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Una víctima de su propio preámbulo.