«La música rock es un vampiro lujurioso», dice la introducción hablada en ‘A SHADOW STIRS’, corte inicial de este cuarto álbum de estudio de Creeper y disco compañero de ‘Sanguivore’ (2023). Aquí forma solo parte de la intervención de invitada de Patricia Morrison, que narra de forma dramática sobre un tema que emplea ritmos sintéticos al estilo de los 80, un coro y el tipo de puñaladas sintéticas excesivas habitualmente reservadas para baladas de los 90, cuya presencia resulta más cálida que la pura banda sonora de terror que la puesta temática del álbum —incluida ‘Mistress of Death’— pudiera sugerir. Pero el tema —y esa línea en particular— hace un buen trabajo situando la escena de un disco donde el bombo alcanza alturas similares al desordenado hair metal al que debe gran parte de su sonido, y un giro lírico temático (totalmente esperable, seamos honestos) permite más de un «espera… ¿de verdad dijo eso?».
Hay una habilidad en usar tropos sin caer en el cliché, y a lo largo de ‘Sanguivore II…’ Creeper parece haberla dominado. Solos de guitarra exagerados, breakdowns metálicos y cambios de tonalidad en el último tercio; es un disco que, si no es exactamente irónico (y uno se pregunta si la línea “some nights are as cold as ice…” en ‘MISTRESS OF DEATH’ lo es), roza lo irónico, y la entrega de la banda al personaje es envidiable. Su pomposidad ochentera se presenta como si su puño apretado estuviera permanentemente contra su pecho, su ritmo desenfrenado sonorizando mentalmente una misión cinematográfica basada en el hard rock. Por eso, cuando algunos momentos parecen un poco demasiado familiares, solo sirve para subrayar la visión de la banda: el estribillo de ‘BLOOD MAGICK’ es esencialmente ‘Heaven Is A Place On Earth’ con un toque de Bon Jovi; las introducciones de ‘PREY FOR THE NIGHT’ y ‘DAYDREAMING IN THE DARK’ recuerdan respectivamente a ‘Kids in America’ y ‘Simply the Best’; y quizá lo más obvio, el pulso sintético del interludio ‘FROM THE DEPTHS BELOW’ guarda un parecido inquietante con la secuencia de créditos de Stranger Things. Incluso la semejanza fuera de década —’THE CRIMSON BRIDE’ y su melodía de estribillo que refleja ‘The Mighty Quinn’, publicada por Manfred Mann y escrita por Bob Dylan— crea una especie de anemoia; es un disco nuevo, sí, pero en su mezcla de tiempos y convenciones de género, al igual que la serie mencionada, suena como si de algún modo siempre hubiera existido.
Las referencias líricas son tan inmersivas —que Creeper elija lanzar el disco en Halloween no sorprende a nadie familiarizado con la banda, pero esto aquí es gore de cómic puro (por ejemplo: “The time has come to give your life for love / Swallow it darling, drink the blood / Drink the blood”, de ‘BLOOD MAGICK’)— que unas cuantas metáforas escogidas se deslizan relativamente desapercibidas. ‘THE BLACK HOUSE’, que llega musicalmente como un Joy Division acelerado, con su línea de bajo atronadora pavoneándose sobre una batería de aire disco, ofrece una secuencia de estribillo que si al principio levanta una ceja, al final sonroja por completo: “In her heart-shaped pool / Inside her palace of pink / Inside her red leather hall”. Y mientras la extensa pieza final ‘PAVOR NOCTURNUS’ reintroduce al narrador del álbum tras una cacofonía de piano, coro, saxofón y cuerdas, quizá resulta que sí: la música rock es un vampiro, y sí, de hecho también está lujurioso.
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